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22 de enero de 2019

Glass

En un universo plagado de secuelas, precuelas y universos extendidos súper heroicos ¿qué papel tiene una cinta de bajo presupuesto de un director venido a menos por una carrera que inició prometedora pero que continuó de manera agridulce? 

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Productora Ejecutiva: Blanca López
Productor Ejecutivo: Mauricio González

Productor Ejecutivo: Luis Fernando Gallardo

Co-Productor: Jaime Rosales
Co-Productor: Román Rangel
Co-Productor: Titus Bondi
Co-Productor: Juan Espíritu


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Una de las mejores cintas que comenta, critica
e ilustra el manejo de los súper héroes en el cine (antes que Marvel llegara y estableciera su reino indiscutible) vino de la mano del Centinela de Unbreakable (El Protegido). Con el combo ganador de un Bruce Willis que se preocupaba por actuar y un Shyamalan que venía encaminado para ser uno de los mejores directores de fin de siglo es que la cinta logró una taquilla decente y críticas positivas que se han mantenido.

El tiempo pasó y tras más fracasos que logros es que Shyamalan financio una película independiente sobre un personaje atormentado con disociación de personalidad que además de padecer este conflicto múltiple, una de las mismas se manifestaba como un asesino serial sobrehumano. Esta cinta logra tres grandes objetivos: tiene una magnífica interpretación de más de una decena de personajes por parte de James McAvoy, con un presupuesto de 9 millones de dólares logró recaudar más de 270 a nivel mundial. Además, por si fuera poco, establece que ocurre en el mismo universo de Unbreakable, estableciéndose como una especie de secuela paralela que se manifestó 17 años después de la original, siendo un giro de tuerca práctico que demostraba que Shyamalan todavía tenía ese genio que lo volvía capaz de jugar con la audiencia de manera inesperada... lo cual debería de ser lo más esperado de él, considerando su trayectoria.

Llega el turno de Glass, cierre de la trilogía del Tren 177 que ocurre semanas tras el final de Split (Fragmentado), con altas expectativas tras el exitoso regreso a forma por parte de M. Night Shyamalan quien curiosamente llega a hacer lo que mejor sabe: shyamalizar el asunto. 

El director juega con las altas expectativas despertadas por los trailers en donde finalmente vemos a sus tres arquetipos de fuerza, inteligencia e impredecibilidad encarnados en sus personajes principales. El presupuesto para esta cinta es casi del doble de Split pero usa la misma fórmula de conflicto encerrado por lo que uno podría entender que el aumento fue para pagar el día de trabajo de Bruce Willis y la aparición de Samuel L. Jackson y no para la realización de la misma. 



El manejo de historia es disparejo y es más similar a un trabajo estudiantil que al de un director con experiencia. La mayor parte de la historia ocurre en el asilo psiquiátrico de Ravencroft en donde están encerrados nuestros personajes, los cuales deben de ser curados en no más de tres días, como nos explica la Dra. Ellie Staple (interpretada por la desperdiciada Sarah Paulson). ¿Por qué en tres días? Jamás se explica. ¿Por qué deben de ser curados? Por que padecen una enfermedad mental que les hace creer que son especiales y tienen habilidades como de personaje de historietas. Ella busca representar la voz de la conciencia que te pide madurar y dejar en un cajón tu afición infantil para aceptar quién eres:  solo una persona más, con características irrelevantes. La doctora es una especialista en tratar a este tipo de pacientes (lo que nos hace entender que ha atendido al menos decenas de casos) y sus métodos son poco ortodoxos, especialmente si consideramos que en la clínica en donde están internados parece que pasó por los recortes de presupuesto del actual gobierno, ya que solo pueden pagar a un enfermero por turno para atender a tan delicados casos. Cosa contradictoria si consideramos que sus celdas fueron diseñadas con sistemas de monitoreo (con cientos de cámaras), manipulación (a través de un sistema de luces) o incluso contención (gracias a un sistema de irrigación concentrado), dependiendo  del paciente. Desde luego que puede haber quien monitoree los mismos dependiendo de la escena, sin importar la consistencia, solo el interés en ilustrar el nivel de peligro de quien se atreve a confrontar a la Horda de McAvoy o la vulnerabilidad del hombre más poderoso del instituto.

Mientras que el mejor cine de Mr. Night es aquel que juega con el suspenso, creando atmósferas y aprovechando las capacidades interpretativas de sus actores. Arranca de buena manera al recordarnos que estamos en el universo de las identidades múltiples de McAvoy, previo a su confrontación con el Centinella de Willis. Desafortunadamente después se olvida de ello y parece querer jugar con las expectativas del espectador y nos da la esperada confrontación entre el bien y el mal al inicio de la cinta. Planos abiertos, falta de dramatismo y la representación de lo que más parece una pelea entre fanáticos de equipos contrarios de un partido de futbol que el gran conflicto de fuerzas sobrehumanas. El manejo controlador deja de ser del director para ser de la Dra. Staple quien incluso funge de directora de cámaras (de seguridad) para que quede un registro de lo que ocurre bajo su guardia. 

El manejo de actuaciones es igual de irregular. Mientras que McAvoy da nuevamente un master class sobre caracterización y cambio de personalidad a través de voz, idioma y lenguaje corporal, pasando de una identidad a otra en la misma toma sin cortes, Bruce Willis interpreta... a Bruce Willis. Parece corroborarse que solo accede a estar 5 días para ser grabado para una película y que todo lo demás lo deben hacer dobles, ya que sus momentos son pocos y los mejores son repeticiones de lo ya visto en Unbreakable. Curiosamente su falta de presencia en la cinta ayuda a extender la falta de credibilidad del plot dentro de este universo de héroes y villanos creíbles. Mientras que las identidades múltiples de La Horda tienen cabida dentro de un asilo siquiátrico, el interrogatorio más básico con el David Dunn de Willis mostraría que a menos que haya cargos formales en su contra, no debe estar encerrado y menos en un instituto mental, así que debería salir en rápidamente.  Por su parte, Samuel L. Jackson está ausente en el primer acto, toma prominencia en el segundo, volviéndose por momentos un villano ñaca ñaca y por otros busca proyectar la seriedad de amenaza a tomarse en cuenta. 

Otro de los problemas del personaje de Samuel L. Jackson es su falta de consistencia. Busca presentarse como un genio maquiavélico de gran intelecto cuando sus funciones más amenazantes fue el provocar catástrofes para ver si de casualidad, alguien sobrevivía y se manifestaba como su opuesto a prueba de todo. En esta cinta su alcance pretende ser mayor al manifestarse como el origen de todo... pero al menos los elementos que entran en juego estaban ya latentes sin su participación. Su conocimiento no viene por ser un genio sino por leer comic books... o por tener acceso al sistema de trenes de Filadelfia. Bajo ese esquema hay una buena cantidad de conductores de autobuses que son villanos más preparados que el frágil Señor Glass. 

El arco narrativo más relevante viene quizás en el mismo Shyamalan. En Unbreakable interpreta a un vendedor de drogas en un estadio, para después finalmente tener un nombre (Jai) y ser interés romántico o guardia de seguridad en las posteriores secuelas. 

Parte de la genialidad de Split como secuela de Unbreakable es que era algo oculto a plena vista. Al poner los posters lado a lado se podía ver como encajaban sin problema y se mostraban como parte de una misma obra. Son elementos que, como en el Sexto Sentido, están presentes desde el principio para que al llegar al desenlace con giro de tuerca, el espectador se sienta sorprendido pero satisfecho ya que tenía a la mano la información necesaria para deducirlo. En contraposición en Glass tenemos lo contrario, con un desenlace completamente sacado de la manga que no está establecido ni en la cinta ni en historias previas en donde se plantea que esto es “solo el principio” y parte de algo más grande. Es un truco barato en que el guionista y realizador busca presentarse como alguien más inteligente que el espectador, pero la única razón por la que lo logra es al inventar algo para otro innecesario giro que provoca más problemas que respuestas. Es el equivalente a estar a punto de ganar en un cuidadoso juego de ajedrez y que de pronto el contrincante decida usar la jugada del “Chikhat”, en donde su rey se salva de morir debido a que estornuda lo suficientemente fuerte para tirar todas las piezas del tablero. 

Esto es de por sí un elemento de molestia en la historia, pero no es el único. El exceso de sobre exposiciones en base a diálogos o personajes secundarios que le deben de recordar al espectador que Superman surgió en 1938 o cómo las mentes maestras son tan maestras que pueden solucionar todo gracias a su gran nivel de previsión, son detalles que reflejan una mirada condescendiente por parte del realizador para el espectador y salen sobrando completamente, casi tanto como las explicaciones de Mr. Glass que más que referencias o planes, reflejan tropos comunes en el medio. Por otra parte también se refleja una gran desconexión por parte del autor con el mundo real, ya que actualmente es más fácil encontrar información en internet que en un hoyo funky disfrazado de tienda de comics olvidada. Eso, y que al parecer Shyamalan cree que los videos se pueden viralizar con solo publicarlos en internet. 




El director anuncia su película como una carta de amor al mundo del cómic. Tras verla uno podría entender que es más una infatuación superficial que un verdadero conocimiento del medio. Lo que empezó como una disección propositiva sobre el género narrativo termina como una obra dispersa y hueca, que en su tercer acto logra destrozar elementos establecidos para una mejor resolución durante el resto de la cinta. Su mayor impacto está en quienes aceptan y celebran el mensaje de “no importa que no crean en ti, eres especial”, el cual resuena especialmente con las nuevas generaciones, pero que queda corto al compararse con la misma idea expresada de manera brillante en universos arácnidos animados.

Queda claro que Shyamalan está en un punto en que hace cine solo para satisfacerse a sí mismo, pero curiosamente ahí está su mayor atadura y Shyamalan va a Shyamalizarse a sí mismo por tratar de darse un giro que ni él esperaría. Hay quienes aprovechan este tipo de libertades en obras más desquiciadas pero auténticas, como nos lo mostró el mismo Panos Cosmatos con Mandy. 

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